Leyendas como ésta —casi todas sucedidas en el
siglo XVI— son muy peculiares y de tradición popular. En la que nos ocupa se
afirma que don Fermín de Anduela, un hombre rico y muy estimado por la gente,
diariamente iba a misa a rezarle a un gran crucifijo, le besaba los pies y
depositaba unas monedas de oro en el plato petitorio. Según los rumores, otro
adinerado señor, Ismael Treviño, envidiaba profundamente a don Fermín. Por ello
lo envenenó con una sustancia de efecto paulatino que incorporó a un pastel de
hojaldre, el cual le había hecho llegar con el embuste de que era un obsequio
de un concejal amigo suyo. Al día siguiente, estando en la iglesia, don Fermín
le rezó al crucifijo como de costumbre y, al besar sus pies, éste se ennegreció
rápidamente, absorbiendo todo el veneno. Ese Cristo negro se consumió en un
fuego espontáneo y fue reemplazado por otro que ahora está en la Catedral de la
ciudad de México.
No hay comentarios:
Publicar un comentario